miércoles, 24 de septiembre de 2014

CRECE EN MI MANO



Aunque estaba lejos,
casi del otro lado del mundo,
hoy al salir el sol
despertaste conmigo.
La caricia que te había hecho,
dormida,
siguió creciendo en mi mano
como un jardín que florece.
Era algo más suave y fluida
que un hormigueo,
como una memoria de agua.
Tu cabellera 
entre mis dedos
cantaba
como una fuente
                                       tu sonrisa.
Entre mis dedos, tu cabello
era flor, era viento,
era una corriente hacia tus sueños
                                       más secretos.
Yo, tan lejos. 
Mi mano, tan cerca,
te navegaba sin despertarte
y sonreías semidormida.
La memoria de las manos es tenaz.
va por su cuenta.
Enamorada es, además,
rebelde y atrevida.
Ya con el sol entero
sobre el horizonte,
creció en mi mano 
otra caricia:
más encrespada
                               pero más suave,
más breve
                               y más arremolinada.
Mi mano, poseída
por la memoria de tu pubis,
dibujaba un círculo
en la textura de tus vellos.
En las yemas,
hilos de fuego se encendían.
Esa caricia
se volvió torbellino
                                y ya no fue memoria
sino presencia.
Tu olor,
moviéndose
como serpiente de agua,
devorándome
con su andar de enredo,
creció
y se quedó en mis dedos
todo el día.
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Una versión de este poema, leída por el autor aquí 
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Los cuerpos de los amantes tienen algunas partes visibles, otras intensamente invisibles. 
Y, en los momentos más insospechados, todo crece fértil en la piel enamorada como un trópico incontenible.



lunes, 15 de septiembre de 2014

LA PRIMERA LUZ


¿Recuerdas esa luz
que entró por la ventana
la primera mañana,
con el aliento del mar
que en ti nacía,
con el empuje del oleaje
entre los dos,
que hacíamos hondo?
Vaiven de luz
que nos mecía
para decirnos
claramente al oído:
ven, y ven y ven
más profundo.
Porque la luz
se enredaba:
la luz de afuera
y la de adentro,
la de la luna
que se despedía sin irse
y la del sol
que se instalaba       
tocándonos sin concierto.
La luz translúcida
de tus párpados
y la luz húmeda
de tu sexo.
Iluminabas mi boca
mis manos,
mis testículos.
Tus pies nadaban
en sueños,
hacia mí.
En ese mar que
subió por tus piernas
y se enredó en las sábanas
arrastrándonos mar adentro.
Hacíamos el amor al despertar
sintiendo esa luz,
mirándola en sus vaivenes,
ayudándonos a mirar
desde mucho antes
de abrir los ojos.   
                                                                        

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Una versión leída por el autor, en video, aquí.
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Los amantes ven llegar el día desde adentro. Han sido iluminados mutuamente en la noche por la intensidad y el viento ardiente que une sus cuerpos y al despertar siguen haciéndolo. De ellos nace la primera luz del día.

martes, 9 de septiembre de 2014

COMO UNA LLAMA


Estas noches de calor
descubren
y humedecen
tanto la espalda,
como los sueños.
Destapan en la obscuridad
las preguntas perdidas
en la orilla horizontal
de lo que somos:
sudor, músculo, deseo,
entrega sin despertar
y olvido, inconsciencia
ya mucho antes
de haberla tenido.

Y sin dejar de soñar,
algunas veces,
de golpe te levantas
como una llama
ondulante,
como espejismo
del mar,
como altísima
marea amenazante.

Ya para entonces
mi vida es desvarío,
y ésta sigue siendo
la noche del calor
que nos une
y nos destapa.

Desdoblándose,
una y otra vez,
la llama de tu cuerpo
enciende el mío.


























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Algunas veces los amantes se sorprenden despertando con prisa. Van hacia el fuego a convertirse en llama. Ya nada más los preocupa.
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Una versión leída por el autor, en video, aquí.











DESPERTAR EN TI,
EN TU SONRISA


Despertar y mirarte.
La espalda desnuda,
los sueños en ella
recorriéndote pausados.
Cerrar los ojos,
para ir por tu espalda
en tus sueños.
de arriba abajo,
muy abajo,
entre las sábanas,
perdiéndome lentamente,
orientado por tu olor,
por el olor de un sueño.
Despertar de nuevo
y mirarte desnuda,
soñando hacia el muro
convertido por ti
en todos los paisajes
de todos los sueños.
Los míos se detienen en tu espalda,
viajan en ella de arriba abajo,
muy abajo de nuevo.
Dormir y despertar tres veces,
cuatro tal vez.
Y ya nunca saber dónde termina qué,
dónde comienzan los besos,
si aquí o allá me arañabas
suavemente la espalda,
si soñé tu nuca
o desperté besándola.
La continuidad de los sueños
se apodera de todos los deseos.
Una y otra vez     
despierto sin despertar
y te beso sin tocarte
hasta que una sonrisa plena,
profunda,
me dice que logré traspasar
esa piel de nubes
y al amancer
besarte en la boca
de tus sueños.
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Los amantes que se miran dormir se ven poseídos por el deseo de besarse hasta en sueños. Y algunos lo logran. O sueñan que lo hicieron.
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Una versión leída por el autor en video, aquí.