miércoles, 6 de marzo de 2013

MEMORIA SUELTA




No sé por qué,
pero de pronto me alegra,
que algunas de las cosas más diversas que he visto
se hayan quedado en la memoria escondida
(la llaman en el manual "memoria integrada")
de una cámara descompuesta.
Así hoy, al golpearla un poco
me encuentro de pronto:


Un arco iris sobre una cascada de Iguazú,
una pareja de papel que se besa,
la ciudad de Fes desde una terraza,
una mujer desnuda quitándose para mí
el último arete,
mi jacaranda bonsai 
luminosa en la esquina de la escalera,
como diciéndome algo,
el cuaderno de Samuel Beckett
donde anotó la geometría perfecta de su novela,
la estatua alegre de Montaigne frente a la Sorbona
con la punta del zapato tan manoseado que brilla
y que Lezama Lima describió con precisión
sin haberla visto nunca.
La enigmática sonrisa de una diosa,
una mujer en la calle con pan en la cabeza,
una bella hilera de metates antiguos
que allá llaman, claro, de otra manera,
el aula de la Universidad del Cairo
donde una duna entró por la ventana
mientras daba mi conferencia
y mencionaba otra duna,
una mezquita de Damasco
con geometría de espejos en vez de azulejos
en el cielo del templo,
un minarete en punta disuelta 
entre nubes que se borran,
y el minarete espiral de la más antigua mezquita
y madrasa del Cairo,
un camello bebé de ojos alucinados,
una noche,
en un pueblo al sur de Ammán, 
un velero navegando erguido el Nilo
y un elegante hombre de azul cuidando sus tres cabras.
En otra calle, 
un rebaño bloquea completamente el paso,
y el pastor va en mulo
como una isla en un mar de lana.
El paisaje donde se erguía San Simón el estilita
y lo que miraba desde lo más alto de su columna.
Ccon tres cuernos,
un animal mitológico de barro,
del siglo dos en China
y una verdadera lagartija voladora,
seca y lista para comérsela,
hoy en un mercado de HongKong.
En el mercado de Alepo
un soldado atiende una juguetería
mientras tres mujeres de negro y veladas
compran brasieres coloridos en una carreta.
Un instante de duda
al cruzar las ocho esquinas de Shibuya.
Una broma de mis hijos
desafiando los límites de la realidad
y la representación,
frente a un cartel
en el Museo de Diseño de Tokio.
Y en un aeropuerto, ya muy tarde,
toda la familia descansando mientras los contemplo.
El monasterio al fondo del abismo, en el norte de Líbano
donde Gibran Jalil Gibrán aprendió a leer,
el camino que recorría todos los días
y uno de sus primeros dibujos, 
con alas de angel rodeando una mano poderosa
que todo lo ve.
Con plumas no menos celestiales,
un ave rarísima de antifaz amarillo
contempla a una pareja enamorada de antifaz azul
que cambia con el sol.
Tres hombres conversando a la sombra,
en las ruinas de Carnac,
como yo converso con estos jirones de recuerdos
que un aparato descompuesto me devuelve
y mi emoción desenvuelve lentamente
esta tarde que,
gracias a los azares de la memoria
es hoy menos gris
y menos fría.






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