martes, 19 de octubre de 2010

EL ABEDUL ENTRE MIS SÁBANAS





Mi ventana al amanecer
se pinta de nieve: 
refleja la cresta de la montaña sagrada
convertida en sonrisa del cielo.
Porque el sol naciente,
detrás del horizonte,
alumbra de arriba a abajo
a la tierra y sus montañas.
Y yo me dejo llevar
por su resplandor
hacia el despertar del valle.
No hay nube que la cubra,
todas acechan,
y el frío va veloz por delante
marcando el paso al día,
pez adormilado
que canta en la corriente
mientras trata de brincar del sueño.

Van apareciendo otras montañas,
angulosas, quebradas,
muy altas también,
de roca agreste.
Se van apartando de la noche
las puntas perennes de los pinos,
con sus hojas innombrables
en ramas que son
como imán de agujas.

Y ahí es donde surge, de pronto
tu cabellera al viento,
de rubio y rojo otoñal,
contra el verde tenaz,
marcando incendio.
El abedul carcajada,
el abedul de fuego
que de todos los árboles en Banff
es el primero que se tiñe,
y será luego el primero que florece,
te trae a mí, al amanecer,
hasta mi cama.
Y mi sonrisa también
se refleja en la ventana.

Cierro los ojos y respiro
para llenarme de ti,
de tu presencia sorpresiva
entre mis sábanas,
y el abedul se mece al viento
lentamente en mi pecho.

Sus hojas firmes, rombos púbicos
nombran sin más tu sexo.
Y su corteza clara es
alba de piel
que a mi lado
despierta.
Y en ella se abren varias sonrisas,
todas verticales,
olorosas,
provocativas.

El árbol que te trae
ha sido poderoso siempre
en estas montañas.
Dicen que nació en la puerta del paraíso
y sus hojas protegían
a personas y a casas
de todo mal
y del inconstante destino.
Con ramas de abedul
se barre el aire
para limpiarlo de malos espíritus.
Con ramas de abedul
se azotaba ritualmente
a locos, ladrones y asesinos.
Y el arcángel de la muerte y los extremos,
el encargado de sacar del infierno
a las almas injustamente condenadas,
Azrael, era el señor del bosque de abedules,
como se llamaba al tercer cielo:
un bosque sin sombras
y de luz plateada.
También se tiene la certeza
que sólo en canoa de abedul
se puede remontar lo más bravo el río.
Y cuando los enamorados se regalan hojas de abedul
se están diciendo simplemente  te adoro, te deseo.
No dicen más:
el abedul color de fuego,
abierto, claro, tenaz,
sonriente y vertical,
posesivo,
dice el resto.

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El autor lee este poema aquí.








3 comentarios:

Ophir Alviárez dijo...

Banff y ahora el poema que endulza el recuerdo...allá, ayer...

Ophir

Maikita dijo...

Recuerdos Recuerdos

Buen Blog

Ambary dijo...

No se tanto de letras, solo se que tu ritmo lleva y lejos o tan cerquita del corazón. me gusta